Capítulo
6: El Enigma del Jardín Secreto
Después de la
revelación de Doña Paca y su misteriosa lista de observaciones, el Club de los
Olvidados estaba más decidido que nunca a llegar al fondo de todo. Maruja,
siempre la líder, ya había decidido cuál sería su siguiente paso.
—Necesitamos
vigilar a Antonio —dijo, mientras sostenía la lupa como si fuera una auténtica
detective de cine—. ¿Por qué dice que va al jardín a leer y vuelve sin libros?
Aquí hay algo raro.
—¿Y Carmen con su
bolsa misteriosa? —preguntó Concha, todavía fascinada por esa parte de la
lista—. Yo siempre he pensado que esa bolsa lleva algo más que caramelos de
menta.
—Y no olvidemos lo
del cuidador —añadió Ernesto, con aire de detective experimentado—. Si está
involucrado, esto se complica.
El grupo se
dispersó para investigar. Maruja y Ernesto se dirigieron al jardín para seguir
a Antonio, mientras que Julián y Concha decidieron "interceptar" a
Carmen en la cafetería. Doña Paca, por supuesto, optó por quedarse en su
sillón, observando todo desde su puesto de mando.
En el jardín, Maruja
y Ernesto se escondieron detrás de un seto, tratando de no llamar la atención
mientras espiaban a Antonio, quien parecía disfrutar de un tranquilo paseo
entre las flores.
—No parece que
esté tramando nada —susurró Ernesto, quien comenzaba a dudar de la teoría.
—Espera —respondió
Maruja, con los ojos fijos en Antonio—. Aún no ha llegado a su lugar habitual.
Mira cómo mira a su alrededor... ¡Está vigilando!
Antonio se detuvo
junto a un gran macizo de flores y se inclinó hacia adelante. Maruja contuvo el
aliento. ¡Ese era el momento!
De repente, algo
increíble sucedió. Antonio sacó una pequeña caja metálica de entre las plantas
y miró a su alrededor con disimulo antes de guardarla en su chaqueta. Maruja y
Ernesto casi se caen del seto por la emoción.
—¡Lo tenemos!
—murmuró Maruja, con una sonrisa de triunfo—. ¿Qué llevará en esa caja?
—Debemos
confrontarlo —dijo Ernesto, saltando de su escondite, listo para actuar.
Maruja lo detuvo,
tirando de su manga.
—No tan rápido,
detective. Si lo enfrentamos ahora, lo asustaremos. Necesitamos un plan más
inteligente.
Ernesto asintió,
aunque la idea de hacer un interrogatorio improvisado le tentaba. Sabía que
Maruja siempre tenía un plan.
Mientras tanto, en
la cafetería, Julián y Concha se sentaron estratégicamente cerca de Carmen,
quien bebía su café como si no hubiera nada en el mundo que le preocupara. Sin
embargo, el famoso bolso de Carmen estaba, como siempre, cuidadosamente cerrado
a su lado.
—Tenemos que hacer
que lo abra —murmuró Concha, su voz temblando de emoción—. No puedo más con la
intriga.
—Déjame a mí —dijo
Julián, con una sonrisa pícara. Se levantó y, fingiendo tropezar, se dejó caer
sobre la mesa de Carmen.
—¡Ay, perdón,
perdón! —dijo, fingiendo desesperación—. Soy un desastre, no sé cómo pude
tropezar de esta manera.
Carmen, aunque
sorprendida, no pudo evitar reírse ante el espectáculo.
—No te preocupes,
Julián, no ha pasado nada —respondió, mientras se inclinaba para recoger su
bolso del suelo.
Julián, que tenía
reflejos rápidos, aprovechó la oportunidad para espiar dentro de la bolsa. Su
corazón se detuvo por un segundo cuando vio algo relucir en su interior.
—¿Qué has visto?
—preguntó Concha, en cuanto Julián regresó a su mesa.
—No lo vas a creer
—respondió él, todavía procesando lo que había visto—. ¡Es una petaca de
whisky!
Concha no pudo
evitar soltar una carcajada.
—Así que ese es su
gran secreto —dijo entre risas—. ¡Carmen es la encargada del
"contrabando" en la residencia!
Ambos compartieron
una mirada cómplice. Aunque el misterio de Carmen resultó ser más gracioso que
peligroso, sabían que aún quedaban muchos enigmas por resolver.
De vuelta en el
jardín, Maruja y Ernesto se encontraban debatiendo su siguiente movimiento.
Tenían que descubrir qué escondía Antonio en esa misteriosa caja. Pero cuando estaban
a punto de irse, Antonio se les acercó con una sonrisa inocente.
—¿Qué hacéis por
aquí, chicos? —preguntó, como si no hubiera notado nada extraño.
—Oh, solo tomando
el aire fresco —dijo Maruja, intentando parecer casual.
—Sí, sí... aire
fresco —añadió Ernesto, claramente nervioso.
—Pues disfrutad
—dijo Antonio, con una sonrisa pícara—. Pero tened cuidado... nunca se sabe lo
que uno puede encontrar en este jardín.
Y con esas
palabras, Antonio se alejó, dejándolos más intrigados que nunca.
Maruja y Ernesto
se miraron, sabiendo que no podían rendirse ahora. El Club de los Olvidados
había empezado algo grande, y no pararía hasta resolver todos los misterios,
incluso si implicaba descubrir secretos insospechados... y muy divertidos.
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