Capítulo
5: El Callejón de los Susurros
La oscuridad
envolvía el Casco Viejo como un manto pesado mientras Marta y Sara caminaban
por las calles adoquinadas. A medida que se adentraban más en el barrio, el
bullicio de los bares y la música de fondo se desvanecían, dejando un silencio
inquietante. Solo el eco de sus pasos las acompañaba mientras se acercaban a su
destino: el Callejón de los Susurros.
El nombre era
conocido por todos, pero pocos se atrevían a mencionar el lugar en voz alta. Se
decía que aquellos que se adentraban demasiado en el callejón nunca regresaban,
o si lo hacían, no volvían a ser los mismos. Nadie podía decir con certeza qué
ocurría allí, pero las historias siempre estaban presentes, susurradas al oído
de los más curiosos.
—¿De verdad vamos
a entrar? —preguntó Marta, deteniéndose frente a la entrada del estrecho
callejón.
El lugar estaba
oculto entre dos edificios antiguos, sus paredes cubiertas de musgo y grietas
que parecían susurrar secretos oscuros. El aire aquí era diferente, más frío,
como si el mismo callejón respirara.
—No tenemos opción
—respondió Sara, su mirada fija en las sombras que se alargaban dentro del
callejón—. Si Jon está en algún lugar, este es el último sitio donde debemos
buscar.
Ambas cruzaron el
umbral y el silencio se volvió casi ensordecedor. El callejón era aún más
estrecho de lo que parecía, con las paredes de piedra apenas permitiendo que
una persona pasara sin rozarlas. Las farolas que bordeaban el camino apenas
emitían luz, creando sombras largas y distorsionadas que jugaban con la vista.
Con cada paso,
Marta sentía cómo su ansiedad crecía. Era como si algo invisible las estuviera
observando, acechando en cada rincón oscuro. Intentó mantener la calma, pero el
ambiente la envolvía, haciendo que cada sonido pareciera más fuerte, cada
movimiento más sospechoso.
De repente, un
susurro suave se deslizó en el aire.
—Sara, ¿lo oíste?
—preguntó Marta en voz baja, deteniéndose.
Sara asintió, su
rostro tenso. El susurro era indistinto, pero estaba claro que no estaban
solas. Algo, o alguien, estaba con ellas.
—Sigue caminando
—murmuró Sara, empujando a Marta hacia adelante—. No nos detengamos.
El susurro volvió,
esta vez más fuerte, como si viniera de todas partes a la vez. Las palabras
eran incomprensibles, pero su tono era claro: una advertencia, una amenaza, o
quizás... una súplica.
Cuando finalmente
llegaron al final del callejón, se encontraron frente a una puerta de madera
oscura, marcada por el tiempo y el abandono. Parecía fuera de lugar, como si no
perteneciera al mundo moderno. El pomo de bronce estaba frío al tacto, y cuando
Sara lo giró, la puerta se abrió con un crujido.
Detrás de la
puerta, no había luz, solo una negrura absoluta.
—Esto no me gusta
nada —murmuró Marta, retrocediendo.
—Lo sé —respondió
Sara, tragando saliva—. Pero ya no podemos volver atrás.
Entraron juntas, y
la oscuridad las envolvió por completo. La temperatura bajó drásticamente, y el
silencio se hizo aún más opresivo. Solo podían avanzar a tientas, guiadas por
la sensación de las paredes ásperas y frías a su alrededor.
De repente, un
sonido suave resonó en la distancia: un murmullo. No era un susurro como antes,
sino una conversación apagada, como si alguien estuviera hablando al otro lado
de una pared invisible. Marta y Sara se miraron, sus corazones acelerados.
—¿Oyes eso? —susurró
Sara, intentando identificar de dónde provenía el sonido.
Antes de que
pudieran avanzar más, la puerta detrás de ellas se cerró con fuerza, el sonido
retumbó en el pequeño espacio. Ambas giraron, asustadas, pero era inútil. La
puerta estaba cerrada y no había forma de abrirla desde dentro.
—Estamos atrapadas
—dijo Marta, su voz quebrándose por el pánico.
Pero antes de que
pudieran reaccionar, las sombras a su alrededor comenzaron a moverse, tomando
forma. Primero como figuras indefinidas, y luego, poco a poco, se transformaron
en siluetas humanas. Hombres y mujeres, todos con los ojos vacíos y las bocas
distorsionadas, comenzaron a rodearlas, avanzando lentamente.
—¡Corre! —gritó
Sara, tirando de Marta hacia adelante.
Pero no había
escapatoria. Las sombras eran más rápidas, más fuertes, y parecían anticipar
cada movimiento. Marta sintió cómo las manos heladas de una de las figuras la
agarraban del brazo, inmovilizándola.
—Sara... —gritó,
pero su voz se ahogó en el aire pesado del lugar.
Y entonces, entre
el caos, una figura más alta, más imponente, emergió de las sombras. No era
como las demás. Era más real, más tangible. Y cuando habló, su voz resonó en
cada rincón de la habitación.
—Bienvenidas... a
las sombras del Casco Viejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, todo comentario o escrito CONSTRUCTIVO, espero entre todos no avergonzarnos de ponernos al nivel de los que no queremos.
Gracias