lunes, 14 de octubre de 2024

Capitulo 5 - "Las Sombras del Casco Viejo"

 


Capítulo 5: El Callejón de los Susurros

La oscuridad envolvía el Casco Viejo como un manto pesado mientras Marta y Sara caminaban por las calles adoquinadas. A medida que se adentraban más en el barrio, el bullicio de los bares y la música de fondo se desvanecían, dejando un silencio inquietante. Solo el eco de sus pasos las acompañaba mientras se acercaban a su destino: el Callejón de los Susurros.

El nombre era conocido por todos, pero pocos se atrevían a mencionar el lugar en voz alta. Se decía que aquellos que se adentraban demasiado en el callejón nunca regresaban, o si lo hacían, no volvían a ser los mismos. Nadie podía decir con certeza qué ocurría allí, pero las historias siempre estaban presentes, susurradas al oído de los más curiosos.

—¿De verdad vamos a entrar? —preguntó Marta, deteniéndose frente a la entrada del estrecho callejón.

El lugar estaba oculto entre dos edificios antiguos, sus paredes cubiertas de musgo y grietas que parecían susurrar secretos oscuros. El aire aquí era diferente, más frío, como si el mismo callejón respirara.

—No tenemos opción —respondió Sara, su mirada fija en las sombras que se alargaban dentro del callejón—. Si Jon está en algún lugar, este es el último sitio donde debemos buscar.

Ambas cruzaron el umbral y el silencio se volvió casi ensordecedor. El callejón era aún más estrecho de lo que parecía, con las paredes de piedra apenas permitiendo que una persona pasara sin rozarlas. Las farolas que bordeaban el camino apenas emitían luz, creando sombras largas y distorsionadas que jugaban con la vista.

Con cada paso, Marta sentía cómo su ansiedad crecía. Era como si algo invisible las estuviera observando, acechando en cada rincón oscuro. Intentó mantener la calma, pero el ambiente la envolvía, haciendo que cada sonido pareciera más fuerte, cada movimiento más sospechoso.

De repente, un susurro suave se deslizó en el aire.

—Sara, ¿lo oíste? —preguntó Marta en voz baja, deteniéndose.

Sara asintió, su rostro tenso. El susurro era indistinto, pero estaba claro que no estaban solas. Algo, o alguien, estaba con ellas.

—Sigue caminando —murmuró Sara, empujando a Marta hacia adelante—. No nos detengamos.

El susurro volvió, esta vez más fuerte, como si viniera de todas partes a la vez. Las palabras eran incomprensibles, pero su tono era claro: una advertencia, una amenaza, o quizás... una súplica.

Cuando finalmente llegaron al final del callejón, se encontraron frente a una puerta de madera oscura, marcada por el tiempo y el abandono. Parecía fuera de lugar, como si no perteneciera al mundo moderno. El pomo de bronce estaba frío al tacto, y cuando Sara lo giró, la puerta se abrió con un crujido.

Detrás de la puerta, no había luz, solo una negrura absoluta.

—Esto no me gusta nada —murmuró Marta, retrocediendo.

—Lo sé —respondió Sara, tragando saliva—. Pero ya no podemos volver atrás.

Entraron juntas, y la oscuridad las envolvió por completo. La temperatura bajó drásticamente, y el silencio se hizo aún más opresivo. Solo podían avanzar a tientas, guiadas por la sensación de las paredes ásperas y frías a su alrededor.

De repente, un sonido suave resonó en la distancia: un murmullo. No era un susurro como antes, sino una conversación apagada, como si alguien estuviera hablando al otro lado de una pared invisible. Marta y Sara se miraron, sus corazones acelerados.

—¿Oyes eso? —susurró Sara, intentando identificar de dónde provenía el sonido.

Antes de que pudieran avanzar más, la puerta detrás de ellas se cerró con fuerza, el sonido retumbó en el pequeño espacio. Ambas giraron, asustadas, pero era inútil. La puerta estaba cerrada y no había forma de abrirla desde dentro.

—Estamos atrapadas —dijo Marta, su voz quebrándose por el pánico.

Pero antes de que pudieran reaccionar, las sombras a su alrededor comenzaron a moverse, tomando forma. Primero como figuras indefinidas, y luego, poco a poco, se transformaron en siluetas humanas. Hombres y mujeres, todos con los ojos vacíos y las bocas distorsionadas, comenzaron a rodearlas, avanzando lentamente.

—¡Corre! —gritó Sara, tirando de Marta hacia adelante.

Pero no había escapatoria. Las sombras eran más rápidas, más fuertes, y parecían anticipar cada movimiento. Marta sintió cómo las manos heladas de una de las figuras la agarraban del brazo, inmovilizándola.

—Sara... —gritó, pero su voz se ahogó en el aire pesado del lugar.

Y entonces, entre el caos, una figura más alta, más imponente, emergió de las sombras. No era como las demás. Era más real, más tangible. Y cuando habló, su voz resonó en cada rincón de la habitación.

—Bienvenidas... a las sombras del Casco Viejo.


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