miércoles, 9 de octubre de 2024

Capitulo Final "Las Cloacas de Pamplona"

 


Capítulo Final: El Secreto en las Profundidades

La cámara quedó en silencio tras la caída del Guardián del Umbral. Álvaro, Sara y Mateo respiraban con dificultad, todavía recuperándose de la lucha contra la oscuridad que casi los consume. Frente a ellos, la puerta de piedra, ahora abierta del todo, revelaba una nueva profundidad que se extendía más allá de lo visible, una oscuridad que parecía interminable.

Sara, todavía con la mano sobre el pecho donde sentía el latido acelerado de su corazón, observó la negrura más allá. "Lo que sea que esté allí dentro… es la clave de todo esto."

Álvaro, con el cuchillo ritual en la mano aún manchado de la energía oscura del Guardián, asintió lentamente. "No podemos detenernos ahora."

Mateo, más agotado que los demás, respiró hondo y asintió. "Si llegamos hasta aquí, no podemos dar marcha atrás. Vamos."

Los tres avanzaron, sus pasos resonando en el vasto vacío. Mientras caminaban, la temperatura descendía, y el aire se volvía más denso. Las inscripciones en las paredes desaparecieron, reemplazadas por una negrura total. Pero, a medida que se adentraban, comenzaron a oírlo: un susurro.

No era como los ecos que habían oído antes. Este susurro era más profundo, más antiguo, como si viniera de un lugar más allá del tiempo. Y cada paso que daban, el susurro se hacía más fuerte, más claro.

Finalmente, llegaron a una vasta cámara subterránea. Era más grande que cualquier otra que hubieran encontrado. En su centro, una especie de altar, antiguo y cubierto de polvo, se erguía. En el altar, una figura oscura permanecía inmóvil, como una estatua que llevaba eones sin moverse.

"¿Qué es eso?" preguntó Mateo, su voz apenas un susurro.

Sara, con los ojos clavados en la figura, se acercó lentamente. "Creo que es... el origen. El principio de todo."

La figura, cubierta con una capa desgarrada, no se movió, pero el susurro que habían estado escuchando emanaba de ella. No podían ver su rostro, pero el poder que emanaba de su presencia era innegable.

De repente, la figura habló, su voz un susurro rasgado que resonaba en las paredes de la cámara.

"Habéis llegado hasta el final... pero estáis a punto de desatar lo que nunca debió ser liberado."

Álvaro apretó el cuchillo en su mano, dando un paso adelante. "¿Qué es lo que has estado protegiendo aquí abajo? ¿Por qué tanto secreto?"

La figura se movió lentamente, levantando la cabeza. Sus ojos, vacíos y oscuros, se posaron en ellos. "Este lugar... no es solo un portal. Es una prisión. Lo que yace más allá es un poder que los humanos no pueden comprender. Fui sellado aquí para contenerlo, pero vuestra presencia lo ha despertado."

El suelo bajo ellos tembló, y una grieta apareció en el altar. Una luz cegadora comenzó a emanar de la grieta, expandiéndose como una herida en la tierra misma.

Sara, aterrorizada, retrocedió. "¡Tenemos que detenerlo! ¡Tenemos que sellar esto de nuevo!"

La figura rió suavemente, un sonido que les heló la sangre. "Ya es demasiado tarde. Lo que habéis roto no puede ser reparado. El mal que se esconde en las profundidades ha sido liberado."

El temblor se intensificó, y del altar comenzaron a surgir sombras, más oscuras y densas que cualquiera de las que habían encontrado antes. Estas sombras no eran meras ilusiones; eran entidades, criaturas de un mundo más allá del suyo.

"¡Tenemos que destruir el altar!" gritó Álvaro, corriendo hacia la grieta.

Sara y Mateo le siguieron, mientras las sombras se arremolinaban a su alrededor, tratando de detenerlos. El cuchillo ritual de Álvaro era la única arma que parecía tener efecto sobre las entidades, pero cada vez que cortaba una sombra, otra surgía de la grieta.

Mateo, desesperado, observó los símbolos en el altar y gritó. "¡Sara! ¡Esos símbolos... es un sello! Tenemos que reactivar el sello."

Sara, entendiendo lo que Mateo intentaba decir, se lanzó hacia el altar, pasando sus manos por los símbolos antiguos. Recordaba las inscripciones en las cámaras anteriores, y trató de repetir las palabras en su mente. Si podían sellar el portal, tal vez podrían contener el mal nuevamente.

Con un último esfuerzo, Sara recitó las palabras antiguas mientras Álvaro clavaba el cuchillo en el centro de la grieta.

El temblor se detuvo abruptamente. Las sombras chillaron, retrocediendo hacia la grieta, siendo arrastradas por una fuerza invisible. El altar comenzó a cerrarse, y las sombras se desvanecieron una por una.

La cámara quedó en silencio una vez más.

Álvaro, jadeando, se desplomó junto al altar, mirando la grieta sellada. "¿Lo... lo conseguimos?"

Sara, agotada, cayó de rodillas, mirando el altar con una mezcla de alivio y temor. "Lo sellamos... por ahora."

La figura, que había permanecido en silencio durante todo el caos, los observaba desde las sombras. "Habéis sellado el portal... pero sabed esto: siempre habrá quien intente abrirlo de nuevo. El mal que reside en estas profundidades no puede ser destruido, solo contenido. Y algún día, alguien volverá."

Con esas palabras, la figura se desvaneció, dejando a los tres en la oscuridad de la cámara subterránea.


Fuera de las cloacas, la luz del amanecer comenzaba a iluminar las calles de Pamplona. Los tres emergieron de las profundidades, cubiertos de polvo y con los rostros marcados por el cansancio, pero vivos.

Habían sellado el portal, pero sabían que el misterio de las cloacas de Pamplona no había terminado. Las sombras todavía acechaban bajo la ciudad, esperando el momento en que alguien cometiera el error de despertarlas de nuevo.


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