Capítulo Final: El Secreto en las Profundidades
La cámara quedó en silencio tras la caída del Guardián
del Umbral. Álvaro, Sara y Mateo respiraban con dificultad, todavía
recuperándose de la lucha contra la oscuridad que casi los consume. Frente a
ellos, la puerta de piedra, ahora abierta del todo, revelaba una nueva
profundidad que se extendía más allá de lo visible, una oscuridad que parecía
interminable.
Sara, todavía con la mano sobre el pecho donde sentía
el latido acelerado de su corazón, observó la negrura más allá. "Lo que
sea que esté allí dentro… es la clave de todo esto."
Álvaro, con el cuchillo ritual en la mano aún manchado
de la energía oscura del Guardián, asintió lentamente. "No podemos
detenernos ahora."
Mateo, más agotado que los demás, respiró hondo y
asintió. "Si llegamos hasta aquí, no podemos dar marcha atrás.
Vamos."
Los tres avanzaron, sus pasos resonando en el vasto
vacío. Mientras caminaban, la temperatura descendía, y el aire se volvía más
denso. Las inscripciones en las paredes desaparecieron, reemplazadas por una
negrura total. Pero, a medida que se adentraban, comenzaron a oírlo: un
susurro.
No era como los ecos que habían oído antes. Este
susurro era más profundo, más antiguo, como si viniera de un lugar más allá del
tiempo. Y cada paso que daban, el susurro se hacía más fuerte, más claro.
Finalmente, llegaron a una vasta cámara subterránea.
Era más grande que cualquier otra que hubieran encontrado. En su centro, una
especie de altar, antiguo y cubierto de polvo, se erguía. En el altar, una
figura oscura permanecía inmóvil, como una estatua que llevaba eones sin
moverse.
"¿Qué es eso?" preguntó Mateo, su voz apenas
un susurro.
Sara, con los ojos clavados en la figura, se acercó
lentamente. "Creo que es... el origen. El principio de todo."
La figura, cubierta con una capa desgarrada, no se
movió, pero el susurro que habían estado escuchando emanaba de ella. No podían
ver su rostro, pero el poder que emanaba de su presencia era innegable.
De repente, la figura habló, su voz un susurro rasgado
que resonaba en las paredes de la cámara.
"Habéis llegado hasta el final... pero estáis a
punto de desatar lo que nunca debió ser liberado."
Álvaro apretó el cuchillo en su mano, dando un paso
adelante. "¿Qué es lo que has estado protegiendo aquí abajo? ¿Por qué
tanto secreto?"
La figura se movió lentamente, levantando la cabeza.
Sus ojos, vacíos y oscuros, se posaron en ellos. "Este lugar... no es solo
un portal. Es una prisión. Lo que yace más allá es un poder que los humanos no
pueden comprender. Fui sellado aquí para contenerlo, pero vuestra presencia lo
ha despertado."
El suelo bajo ellos tembló, y una grieta apareció en
el altar. Una luz cegadora comenzó a emanar de la grieta, expandiéndose como
una herida en la tierra misma.
Sara, aterrorizada, retrocedió. "¡Tenemos que
detenerlo! ¡Tenemos que sellar esto de nuevo!"
La figura rió suavemente, un sonido que les heló la
sangre. "Ya es demasiado tarde. Lo que habéis roto no puede ser reparado.
El mal que se esconde en las profundidades ha sido liberado."
El temblor se intensificó, y del altar comenzaron a
surgir sombras, más oscuras y densas que cualquiera de las que habían
encontrado antes. Estas sombras no eran meras ilusiones; eran entidades,
criaturas de un mundo más allá del suyo.
"¡Tenemos que destruir el altar!" gritó
Álvaro, corriendo hacia la grieta.
Sara y Mateo le siguieron, mientras las sombras se
arremolinaban a su alrededor, tratando de detenerlos. El cuchillo ritual de
Álvaro era la única arma que parecía tener efecto sobre las entidades, pero
cada vez que cortaba una sombra, otra surgía de la grieta.
Mateo, desesperado, observó los símbolos en el altar y
gritó. "¡Sara! ¡Esos símbolos... es un sello! Tenemos que reactivar el
sello."
Sara, entendiendo lo que Mateo intentaba decir, se
lanzó hacia el altar, pasando sus manos por los símbolos antiguos. Recordaba
las inscripciones en las cámaras anteriores, y trató de repetir las palabras en
su mente. Si podían sellar el portal, tal vez podrían contener el mal
nuevamente.
Con un último esfuerzo, Sara recitó las palabras
antiguas mientras Álvaro clavaba el cuchillo en el centro de la grieta.
El temblor se detuvo abruptamente. Las sombras
chillaron, retrocediendo hacia la grieta, siendo arrastradas por una fuerza
invisible. El altar comenzó a cerrarse, y las sombras se desvanecieron una por una.
La cámara quedó en silencio una vez más.
Álvaro, jadeando, se desplomó junto al altar, mirando
la grieta sellada. "¿Lo... lo conseguimos?"
Sara, agotada, cayó de rodillas, mirando el altar con
una mezcla de alivio y temor. "Lo sellamos... por ahora."
La figura, que había permanecido en silencio durante
todo el caos, los observaba desde las sombras. "Habéis sellado el
portal... pero sabed esto: siempre habrá quien intente abrirlo de nuevo. El mal
que reside en estas profundidades no puede ser destruido, solo contenido. Y
algún día, alguien volverá."
Con esas palabras, la figura se desvaneció, dejando a
los tres en la oscuridad de la cámara subterránea.
Fuera de las cloacas, la luz del amanecer comenzaba a
iluminar las calles de Pamplona. Los tres emergieron de las profundidades,
cubiertos de polvo y con los rostros marcados por el cansancio, pero vivos.
Habían sellado el portal, pero sabían que el misterio
de las cloacas de Pamplona no había terminado. Las sombras todavía acechaban
bajo la ciudad, esperando el momento en que alguien cometiera el error de
despertarlas de nuevo.
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