miércoles, 30 de octubre de 2024

Capitulo 4 - La Estación de Autobuses

 


El inspector Zalduendo recorrió lentamente el pasillo improvisado en la zona de cuarentena, observando a los pasajeros aislados en cubículos de cristal. Todos ellos miraban con expresiones de tensión, atrapados en un limbo entre la espera y la desesperación. A cada uno se le interrogaba con meticulosidad; el más mínimo detalle sobre Tomás Aguirre podría ser crucial.

La primera en hablar fue Marta, la joven estudiante de medicina, quien había recordado que Tomás estaba “escapando de algo”. Ahora, bajo el interrogatorio, añadió un detalle nuevo y extraño:

—Él estaba… bueno, inquieto. Me dijo que había una “sombra” que lo seguía, como si alguien lo estuviera observando a cada momento, pero no quiso darme más explicaciones. Intenté preguntar, pero se cerró en banda.

Zalduendo anotó la declaración con el ceño fruncido. Una sombra… ¿era una figura literal o una paranoia?

En el cubículo de al lado, Santiago, un hombre de negocios que apenas había prestado atención a sus compañeros de viaje, se removió en su asiento. Recordó algo que en su momento le pareció un comentario sin importancia:

—Durante una parada, cuando todos bajamos a tomar café, Tomás salió del autobús con una mochila. La llevaba bien agarrada, como si guardara algo valioso. No se apartaba de ella ni un segundo… y, ahora que lo pienso, no recuerdo haberlo visto sacar nada de la mochila en todo el trayecto. Solo se aseguraba de que nadie la tocara.

Mientras tomaba notas, el inspector no podía evitar preguntarse: ¿qué contenía aquella mochila? Y más importante aún, ¿dónde estaba ahora?

El tercer pasajero, una anciana llamada Elisa que había estado sentada dos filas detrás de Tomás, recordó algo que dejó a todos los presentes helados.

—Él… él hablaba solo —dijo, temblando un poco—. Pero no como una persona normal que murmura para sí misma. Era… como si respondiera a alguien. En un momento pensé que tenía un auricular, pero no vi nada. Recuerdo que dijo: “Sé que me encontrarás, pero no esta vez… No esta vez”.

Un silencio cayó sobre la sala. Los agentes intercambiaron miradas desconcertadas. Zalduendo sintió una opresión en el pecho. Cada testimonio parecía añadir un nuevo nivel de inquietud a la historia de Tomás Aguirre, como si se tratara de alguien constantemente al límite, pero de algo que nadie podía ver.

Con estas piezas nuevas, Zalduendo empezó a tejer una teoría, algo en la línea de un hombre perseguido, acosado no por una persona, sino por… ¿una amenaza invisible? ¿Un virus consciente? ¿O acaso estaba Tomás escapando de una organización secreta? Todo eran posibilidades.


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