Capítulo
1: Las Cartas de Siempre
Amanecía, y el
barrio despertaba al ritmo de la rutina. Pero antes de que las tiendas subieran
las persianas o los niños se apretaran las mochilas, la figura de Nuestra
Cartera, como todos la conocían, ya recorría las calles. Con su carro
lleno, saludaba a los vecinos, que la esperaban a la misma hora cada día. Era
más que una cartera; era como una extensión de cada puerta, de cada buzón.
Había una carta
que cada semana le daba guerra, aquella dirigida a una dirección imposible de
encontrar. “¿Y dónde estará este número?”, murmuraba, sacando la carta de su
montón y mirando las letras finamente escritas a mano. No le fallaba la
memoria: llevaba meses intentando descifrar esa dirección sin éxito. Al
principio lo veía como un error; luego comenzó a preguntarse si la carta misma
tendría algún misterio escondido. Una mañana, decidió preguntar a la señora
Matilde, la vecina del tercer piso que, como buena amante de las novelas, se
frotó las manos al escuchar la historia.
—Esa carta parece
que te está buscando a ti, guapa. Dale tiempo, que lo mismo tú terminas siendo
su destinataria.
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