Capítulo
2: La Carta Olvidada
Esa misma mañana,
cuando llegó al portal de los Gómez, vio la puerta del bajo entreabierta. Era
extraño, porque la señora Teresa, una mujer de ochenta y cinco años, nunca
dejaba la puerta abierta. Alzó la voz:
—¡Doña Teresa! Soy
yo, la cartera. Le traigo una carta de su hija.
Silencio. Tras
unos segundos, una vecina de enfrente salió a su encuentro. Era Mariví, una mujer
joven y algo nerviosa.
—Hace días que no
la veo. ¿No estará mal? —preguntó Mariví, con los ojos cargados de
preocupación.
Sin perder un
segundo, Nuestra Cartera llamó a la puerta varias veces hasta que
escuchó un débil murmullo. Doña Teresa, con una voz débil y algo adormilada,
contestó desde el otro lado. Resultó que se había resbalado hacía dos días y no
podía moverse bien. En cuestión de minutos, Mariví y la cartera la ayudaron a
incorporarse, y pronto llegaron los servicios médicos. Al despedirse, doña
Teresa, emocionada, le tomó la mano.
—No sé qué
haríamos sin ti, muchacha. Sabes más de nosotros que cualquiera —susurró,
agradecida.
Pero antes de
salir de aquel edificio, se acordó de otra carta que llevaba en su carro: un
sobre arrugado y con la dirección medio borrada, dirigido a “David Gómez, Calle
Mayor, número 5”. Cada tanto, aparecía un sobre parecido en su carro, aunque
sabía que en el barrio ya no quedaba nadie con ese nombre.
Había algo en esa
carta que le hacía sentir curiosidad. Se la guardó en el bolsillo, con la
intención de preguntar a alguien que quizá pudiera arrojar algo de luz sobre el
asunto. No era la primera vez que recibía un sobre como ese, y sospechaba que
podría tratarse de una especie de promesa o historia pasada, olvidada en el
tiempo pero no en el papel.
A lo largo del
día, entre saludo y saludo, confidencia y sonrisa, se preguntaba quién sería
ese misterioso David Gómez, y si las cartas que nunca entregaba tendrían algún
destino secreto, como si el barrio mismo quisiera guardar un secreto entre sus
muros.
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