El equipo de
Zalduendo decidió no perder tiempo y, al amanecer, ya se dirigían a las
coordenadas grabadas en el reloj del almacén. Tras recorrer unos kilómetros por
un camino de tierra, llegaron a una antigua edificación abandonada en las
afueras de Pamplona. Era una vieja fábrica, con las paredes derruidas y
ventanas cubiertas de óxido y polvo, olvidada por el tiempo.
Antes de entrar,
el inspector reunió a su equipo. “Quiero que todos tengan precaución. Nadie
sabe lo que la Hermandad puede haber preparado aquí.”
Mientras
exploraban el edificio, los agentes notaron algo extraño: una serie de símbolos
tallados en las paredes. Eran similares a los que habían visto en los
documentos del almacén, pero estos parecían ser una especie de guía.
Finalmente, llegaron a una habitación en el centro del edificio. En el suelo,
había una gran mesa de piedra, y sobre ella, una mochila oscura, en la que aún
se notaba el polvo del camino. Zalduendo, conteniendo la respiración, la abrió.
Dentro de la
mochila encontraron una pequeña libreta, cuyo papel envejecido sugería que
había sido llevada de un lugar a otro durante años. En la primera página,
estaba escrito un solo nombre: “Hermano Efraín”. Pero lo más sorprendente fue
el contenido de las siguientes páginas. Diagramas detallados de algo que
parecía una red de contactos en Europa, nombres y fechas anotados
cuidadosamente, y en algunos casos, un círculo rojo alrededor de ciertos
lugares.
Sin embargo, lo
que más inquietó a Zalduendo fue la última página de la libreta. En ella había
un simple mensaje: “El que traicione a la Hermandad, firmará su destino.”
Abajo, aparecía el nombre de Tomás, con una cruz tachando su nombre.
El equipo se miró
en silencio. Estaban inmersos en algo mucho más grande de lo que imaginaban, y
la Hermandad no dejaría que esto quedara sin respuesta. Zalduendo cerró la
libreta, sabiendo que habían cruzado una línea de la cual tal vez ya no había
regreso.
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