Zalduendo y su
equipo avanzaron hacia el edificio, sus pasos resonando en la entrada del lugar
donde, según los informes, Efraín, el supuesto cabecilla de la Hermandad, se
escondía. Sabían que era su última oportunidad para desentrañar el misterio de
la bacteria mortal y salvar a los pasajeros en cuarentena.
Dentro, el
ambiente era denso, lleno de polvo y con un eco extraño que parecía provenir de
las paredes mismas. Al cruzar el umbral, Zalduendo observó con detenimiento las
inscripciones en las paredes: símbolos oscuros, grabados antiguos que parecían
de otra época. Uno de los agentes, revisando la estructura, encontró una puerta
metálica semioculta detrás de un panel. Zalduendo asintió; era hora de entrar.
Al otro lado, la
habitación estaba iluminada tenuemente, revelando un espacio repleto de
archivos, mapas y documentos. Pero lo que captó la atención de todos fue una
figura en el centro: un hombre delgado, de mirada profunda y fría, los
observaba sin miedo. Era Efraín.
Sin perder tiempo,
Zalduendo comenzó a interrogarlo. Le habló del autobús, de los pasajeros
enfermos, de la bacteria letal, y de la Hermandad. Efraín sonrió, como si todo
formara parte de un juego que solo él entendía. Tras unos segundos de silencio,
murmuró: “La Hermandad es más antigua que cualquier sistema, que cualquier
autoridad. Nos sacrificamos para purificar a quienes contaminan el verdadero
orden.”
Zalduendo sintió
un escalofrío, pero mantuvo la compostura. “¿Qué pretenden? ¿Por qué infectaron
a esos pasajeros?” preguntó. Efraín soltó una risa amarga. “Ellos eran un
sacrificio, inspector. Un mensaje. Pero ya es tarde para entenderlo. Lo que
viene no puede detenerse.”
Antes de que
pudieran reaccionar, Efraín levantó un pequeño vial y lo estrelló contra el
suelo. Un humo denso y oscuro llenó la sala en cuestión de segundos, y cuando
se disipó, Efraín había desaparecido. Los agentes miraron alrededor, aturdidos
y con el miedo creciendo en sus mentes: ¿había logrado escapar? ¿Había dejado
otro rastro de la bacteria?
De vuelta en la
comisaría, Zalduendo revisó los documentos que habían logrado rescatar. Uno en
particular llamó su atención: un cuaderno donde figuraban más nombres, no solo
de los pasajeros, sino de otras personas influyentes en la ciudad. Parecía que
el alcance de la Hermandad era aún mayor de lo que habían imaginado.
Esa noche, cuando
Zalduendo se quedó solo revisando las notas, una llamada anónima llegó a su
teléfono. Al otro lado, una voz tenue le susurró: “La Hermandad siempre
observa. Ten cuidado, inspector. Esto no ha terminado.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, todo comentario o escrito CONSTRUCTIVO, espero entre todos no avergonzarnos de ponernos al nivel de los que no queremos.
Gracias