miércoles, 6 de noviembre de 2024

Capitulo Final - La Estación de Autobuses

 


Zalduendo y su equipo avanzaron hacia el edificio, sus pasos resonando en la entrada del lugar donde, según los informes, Efraín, el supuesto cabecilla de la Hermandad, se escondía. Sabían que era su última oportunidad para desentrañar el misterio de la bacteria mortal y salvar a los pasajeros en cuarentena.

Dentro, el ambiente era denso, lleno de polvo y con un eco extraño que parecía provenir de las paredes mismas. Al cruzar el umbral, Zalduendo observó con detenimiento las inscripciones en las paredes: símbolos oscuros, grabados antiguos que parecían de otra época. Uno de los agentes, revisando la estructura, encontró una puerta metálica semioculta detrás de un panel. Zalduendo asintió; era hora de entrar.

Al otro lado, la habitación estaba iluminada tenuemente, revelando un espacio repleto de archivos, mapas y documentos. Pero lo que captó la atención de todos fue una figura en el centro: un hombre delgado, de mirada profunda y fría, los observaba sin miedo. Era Efraín.

Sin perder tiempo, Zalduendo comenzó a interrogarlo. Le habló del autobús, de los pasajeros enfermos, de la bacteria letal, y de la Hermandad. Efraín sonrió, como si todo formara parte de un juego que solo él entendía. Tras unos segundos de silencio, murmuró: “La Hermandad es más antigua que cualquier sistema, que cualquier autoridad. Nos sacrificamos para purificar a quienes contaminan el verdadero orden.”

Zalduendo sintió un escalofrío, pero mantuvo la compostura. “¿Qué pretenden? ¿Por qué infectaron a esos pasajeros?” preguntó. Efraín soltó una risa amarga. “Ellos eran un sacrificio, inspector. Un mensaje. Pero ya es tarde para entenderlo. Lo que viene no puede detenerse.”

Antes de que pudieran reaccionar, Efraín levantó un pequeño vial y lo estrelló contra el suelo. Un humo denso y oscuro llenó la sala en cuestión de segundos, y cuando se disipó, Efraín había desaparecido. Los agentes miraron alrededor, aturdidos y con el miedo creciendo en sus mentes: ¿había logrado escapar? ¿Había dejado otro rastro de la bacteria?

De vuelta en la comisaría, Zalduendo revisó los documentos que habían logrado rescatar. Uno en particular llamó su atención: un cuaderno donde figuraban más nombres, no solo de los pasajeros, sino de otras personas influyentes en la ciudad. Parecía que el alcance de la Hermandad era aún mayor de lo que habían imaginado.

Esa noche, cuando Zalduendo se quedó solo revisando las notas, una llamada anónima llegó a su teléfono. Al otro lado, una voz tenue le susurró: “La Hermandad siempre observa. Ten cuidado, inspector. Esto no ha terminado.”


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