Capítulo
8: Ecos en el puente viejo
La nota sin
remitente quemaba en las manos de Nuestra Cartera. El mensaje era
claro: alguien no quería que continuara hurgando en el pasado de David Gómez.
Sin embargo, lejos de amedrentarse, aquello solo avivó su curiosidad. Decidió
que había llegado el momento de visitar el lugar que parecía ser el epicentro
de todo: el puente viejo.
La noche cayó, y
con su inseparable carro vacío a su lado, se dirigió al lugar. El puente era un
vestigio del pasado, con adoquines desgastados por los años y faroles que
apenas iluminaban el sendero. El río debajo murmuraba su eterna canción,
mientras la brisa nocturna le erizaba la piel.
Allí, frente a la
barandilla oxidada, se encontró con algo inesperado: una figura solitaria,
envuelta en un abrigo largo, de pie junto a una bicicleta antigua. Era el
hombre del traje que había visto junto al buzón. Cuando Nuestra Cartera
se acercó, él giró lentamente hacia ella, con una expresión inescrutable.
—Sabía que
vendrías —dijo con una voz profunda, casi un susurro.
—¿Quién es usted?
¿Por qué me sigue? —preguntó, intentando que su voz no temblara.
El hombre sacó del
bolsillo interior de su abrigo un sobre marrón y se lo tendió. Nuestra
Cartera dudó antes de tomarlo, pero finalmente lo hizo. Dentro había un
conjunto de fotografías antiguas: David Gómez en varias reuniones de trabajo,
siempre rodeado de los mismos hombres. En cada imagen, una misma figura
destacaba: un hombre de cabello gris con una expresión fría y calculadora.
—Ese hombre fue su
perdición —dijo el extraño, señalando al individuo de las fotos—. David
descubrió algo que jamás debía salir a la luz. Intentó enfrentarse a ellos,
pero el poder que tienen es enorme. Lo buscaron hasta asegurarse de que nunca
regresaría.
—¿Por qué me
cuenta esto? —preguntó ella, sintiendo que el peso del misterio crecía.
—Porque usted es
la única que puede hacer algo al respecto. Los secretos que están enterrados
bajo este puente podrían cambiar la vida de muchas personas, incluida la de
Clara. Pero tenga cuidado. No todos quieren que la verdad salga a la luz.
Y antes de que
pudiera responder, el hombre se subió a la bicicleta y desapareció en la
oscuridad, dejando tras de sí más preguntas que respuestas. Nuestra Cartera
se quedó allí, mirando el sobre y las fotos, mientras el río seguía susurrando
historias de tiempos pasados.
Regresó a casa con
la cabeza llena de ideas. Decidió que al día siguiente iría a visitar a Clara.
Si alguien podía aclarar lo que estaba ocurriendo, era ella. Y esta vez,
llevaría algo más que cartas: la determinación de resolver un misterio que
había permanecido en silencio durante décadas.
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